Lenguaje excluyente en el discurso académico

Dra. Esther Villela Rodríguez

El lenguaje, como vehículo de nuestro pensamiento colectivo, refleja visiones y concepciones presentes; transmite los valores dominantes en una sociedad, y juega un papel fundamental en la reproducción de un sistema de dominación.

Mercedes Bengoechea señala que el lenguaje es una institución humana, reflejo intrínseco de la sociedad y su sistema patriarcal, que se creó durante siglos. Todos los días y en todos los espacios, utilizamos el lenguaje para comunicarnos;  es un eficaz agente de socialización y transmisión de los estereotipos de género.  Al igual que el género, el lenguaje es una construcción social que refleja la desvalorización de lo femenino y participa  en su reforzamiento.

El sexismo y  la discriminación de género en el lenguaje, se han convertido en un mal pandémico; no distinguen fronteras, lenguas, culturas, ni  grupos sociales. La poetisa Adrienne Rich dice “En un mundo donde el lenguaje y el nombrar las cosas son poder, el silencio es opresión y violencia”

El sexismo consiste en el trato desigual y en la segregación de las personas de un sexo, por considerarlas inferiores a las del otro. La discriminación ocurre en múltiples formas, en todos los escenarios de la vida social: en la educación, el trabajo, la casa, la política, los medios de comunicación y, por supuesto, en el lenguaje.

Dada la influencia del sexismo lingüístico en el reforzamiento y reproducción de la desigualdad entre mujeres y hombres, los gobiernos que integran el Sistema de Naciones Unidas, se han comprometido a adoptar medidas para erradicar los usos excluyentes del lenguaje. El principio básico se orienta a inculcar la transformación, es decir, nombrar lo diferente, lo silenciado históricamente.

Cotidianamente usamos un lenguaje discriminatorio, sin tener conciencia de ello. Nos formaron, hemos aprendido que la lengua obedece  reglas gramaticales, y por tanto no puede ser sexista, no tiene género. De ahí que sea correcto y aceptado que el término “hombre”, designe a la especie humana y se refiera por igual a las personas de sexo masculino o femenino, pero el uso del masculino como genérico en el lenguaje, subsume el femenino y conlleva a la invisibilizacion de las mujeres,

El contexto académico no escapa a esta penosa realidad, a pesar de que, paradójicamente, son los espacios universitarios los que más se han interesado en el estudio de éste fenómeno y en su disolución.

Diariamente escuchamos y decimos, los maestros, los alumnos, los académicos, los profesores. Ese lenguaje discriminatorio lo identificamos además en todos los documentos; leyes, reglamentos, categorías docentes, que norman la vida académica. De igual forma en los planes de estudio, programas, libros etc. Cuando nos encontramos en nuestros grupos, formados por una mayoría de mujeres y una minoría de varones, decimos “alumnos”.

Utilizar en el lenguaje el masculino genérico, no permite ver a las personas de sexo femenino; el lenguaje nombra, identifica, y  debe llevar a desvelar todo aquello que en el plano objetivo y en el subjetivo, aliente la tendencia  de invisibilizar a las mujeres.

El problema hay que encararlo con un análisis  de género que, partiendo de la perspectiva de los derechos humanos, atraviese los cimientos patriarcales que se anidan en el Idioma español. Estamos frente a la  necesidad urgente de  hacer cambios lingüísticos en consonancia con la realidad, pues las mujeres representan  la mitad   de la humanidad. 

Hemos aprendido a usar la lengua de forma sexista, y es muy difícil cambiar,  pero hay que hacerlo; buscamos llamar la atención sobre la enorme presencia de sexismo y androcentrismo lingüístico, tanto en el discurso académico como en contextos institucionales; se vuelve indispensable la participación reflexiva y critica, para transformar la sociedad. Es necesario hacer conciencia de los usos sexistas del lenguaje, y promover formas alternativas de expresión y comunicación

En la educación no sexista, es fundamental eliminar el uso del masculino plural. La educación que necesitamos para construir un mundo posible, pasa por aprender y por darnos cuenta de que esta forma de organización del mundo es errónea, pasa por ampliar la conciencia desde lo individual a lo colectivo.

De ahí la importante necesidad de reivindicar que las universidades proyecten a la sociedad un nuevo modelo. Las instituciones universitarias deben asumir el rol que tienen como modelo social, e instaurar políticas equitativas que fomenten el abandono de la proyección estereotipada y desigual de hombres y mujeres, y posibiliten el cambio. Solo así la universidad podrá ser generadora no únicamente de ideas, sino de también de prácticas colectivas que implanten modelos más justos.

Nuestra postura se orienta a eliminar el sexismo, en el lenguaje y en todos los órdenes se la vida; el cambio persigue: visibilizar a las mujeres y equilibrar las asimetrías de género. Con ello pretendemos contribuir a forjar una sociedad que reconozca e integre la diversidad, la igualdad, y la equidad de género.