Cuidemos nuestras palabras

Cuidemos nuestras palabras

Gilberto Gerardo Williams Hernández

Integrante del PIEGI


Cuidar nuestras palabras y las maneras como las usamos para referirnos a nuestra persona y a las demás personas, es cuidar nuestra vida y la de quienes nos rodean. Cuidar nuestros usos del lenguaje en los distintos ámbitos de nuestra vida social, es también cuidar nuestras formas de convivencia en cualquier parte donde nos encontremos.

Tener presente que el significado de nuestras palabras y el sentido de nuestros enunciados ésta en los usos que hacemos del lenguaje, nos exige también el ejercicio cotidiano de prácticas lingüísticas incluyentes que promuevan el respeto a las diferencias, particularmente aquellas diferencias que tienen que ver con nuestra condición sexual y de género.

Me refiero en particular a estas diferencias, porque el ejercicio del sexismo como forma de discriminación, sigue siendo una constante en nuestras prácticas lingüísticas, que lejos de beneficiarnos, más bien nos obstaculiza, limita o impide la construcción de formas de convivencia humana no discriminatorias donde se promueva, como lo enuncia la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación (LFPED): “el reconocimiento o el ejercicio de los derechos y la igualdad real de oportunidades de las personas”.

Es importante enfatizar en este punto, que el sexismo como práctica discriminatoria se expresa en los usos que hacemos del lenguaje más no en el lenguaje por sí mismo, dicho de otro modo, el lenguaje en sí mismo no es sexista, el sexismo aparece en nuestras prácticas lingüísticas, en las maneras como cotidianamente usamos las palabras para referirnos a lo femenino y a lo masculino fortaleciendo, reproduciendo, construyendo y reconstruyendo la inequidad entre mujeres y hombres.

Aquí radica la importancia, como lo expresé en un principio, de cuidar nuestras palabras, de cuidar nuestras prácticas lingüísticas, como una condición indispensable para construir, reproducir y fortalecer, formas de convivencia humana en las que la discriminación basada en las diferencias de sexo y género, sea la que se vea obstaculizada, limitada, impedida y suprimida en nuestras vidas .

Por supuesto que estas reflexiones no son un mandato, sino una invitación a que en nuestra institución cuidemos las palabras que utilizamos y las maneras como las utilizamos. Esto con  el propósito de ir construyendo dentro y fuera de la FES Iztacala otras formas de convivencia donde las diferencias entre mujeres y hombres no se tornen jerárquicas ni excluyentes, sino por el contrario, equitativas e incluyentes.

Esta invitación va dirigida a la comunidad iztacalteca en su conjunto, sin distingos de ningún tipo, puesto que compete a la totalidad de quienes la integramos la enorme pero grata tarea de construir cotidianamente prácticas lingüísticas que no descalifiquen o invisibilicen a ninguna persona por su condición de género. Tal es el caso por ejemplo cuando para referirnos a la comunidad universitaria, utilizamos en su lugar el genérico los universitarios, invisivilizando con ello a las universitarias; lo mismo sucede cuando en lugar de decir la comunidad estudiantil utilizamos el genérico los estudiantes. Ambos ejemplos, habituales en nuestra comunidad, refuerzan una práctica lingüística sexista y generalizada dentro de nuestro idioma, que consiste en utilizar sustantivos con el género gramatical masculino para referirse a la totalidad de las personas, invisibilizando lingüísticamente con ello la presencia femenina.

Algunos otros ejemplos de lo anterior, frecuentes en nuestra comunidad, son los siguientes: Se comunica a los jefes de carrera… en lugar de decir: Se comunica a las jefaturas de carrera… Un ejemplo más: Se solicita a los docentes que… en lugar de decir: Se solicita la personal docente que

Seguramente, al leer estos ejemplos ustedes ya han identificado muchos otros que muestran el carácter generalizado de esta práctica lingüística; lo que tal vez no han considerado es el carácter sexista que subyace a esta práctica y las consecuencias que tiene en nuestra convivencia, al reforzar una visión androcéntrica de nuestro mundo  que consiste en asignar un valor superior y universal a lo masculino, invisibilizando y descalificando con ello lo femenino.

Cabe decir que esta mirada androcéntrica del mundo se finca en la idea falsa de que se justifica la desigualdad de género como resultado de las diferencias biológicas y las funciones reproductivas de los hombres y las mujeres.

Semejante mirada, ha sido construida y reproducida a través de prácticas lingüísticas que reflejan tales ideas, influyendo con ello de manera definitiva en nuestras maneras de pensar, decir, sentir, y actuar, como seres humanos, al construir nuestras formas de convivencia, las cuales en muchos casos encarnan este sexismo o discriminación de género, impidiendo la construcción de mundos posibles incluyentes donde el sexismo o la discriminación de género no tenga lugar, por eso es que digo que esta tarea es enorme pero también gratificante.

Enorme por los retos que supone transformar prácticas lingüísticas tan arraigadas, que por lo mismo son difíciles de identificar. Gratificante porque una vez que las identificamos, estamos en condiciones más apropiadas para construir prácticas lingüísticas alternativas que nos permitan cuidar nuestras palabras y las maneras como las utilizamos, cuidando con ello nuestras vidas y las de quienes nos rodean, al propiciar formas de convivencia incluyentes y respetuosas de las diferencias entre hombres y mujeres.

Dejo aquí estas reflexiones y la invitación abierta y permanente a que cuidemos nuestras palabras.